lunes, 22 de noviembre de 2010

Otoño

Otoño

Las horas de luz llevan acortándose semanas y son día a día cada vez menos los rayos de sol que nos calientan. Caen paulatinamente las temperaturas y una brisa de aire fresco te golpea por las mañanas la cara y te sube por las mangas de la camisa que bajas y abotonas en sus puños. Si el sol te da de espaldas notas una reconfortante calidez que templa tus vellos antes erizados por un escalofrío. 

Paseando fijas tu mirada en los árboles que tornan sus copas a bronces y oros mecidas por los vientos del norte, que atraviesan a ráfagas entre las hojas temblorosas intentando asirse aún de un modo desesperado a su fuente de vida. Ves como una de esas hojas es arrancada y volada en una corriente que la eleva, gira y parece flotar en el aire como en un último suspiro hasta que es sumergida en un vórtice que la arroja ferozmente contra el suelo donde es arrastrada hasta un rincón recóndito cerca de una alcantarilla.

En los cielos se agrupan a distintas alturas nubes de blancos y grises, y en la lejanía se vislumbra una oscuridad opaca. Un destello zigzaguea atravesando veloz la bóveda etérea y ciega los ojos que lo miran. Un silencio se extiende como una onda expansiva abrazando la ciudad, haciendo enmudecer el gorjeo incesante de los gorriones. Pronto rompe un estruendoso atronador ruido que quiebra la atención de las personas en la calle y estremeciéndolas ven como una bandada de pájaros sale despavorida para introducirse entre los árboles.

 Se resquebraja el firmamento en un aguacero que hace de las calles ríos de agua y gente, que bulliciosa se apresura a resguardarse bajo algún vuelo de tejado con los hombros encogidos y la cabeza hundida. Los pasos chapotean acelerados y salpican a su alrededor creando fuentes en miniatura a ras del suelo y los coches pasan veloces batiendo el agua sobre sus cristales y lanzando tsunamis sobre las aceras. 

Poco a poco cesa la atmósfera neblinosa que empaña los ojos de los edificios y tímidos rayos de luz se filtran entre las nubes acariciando el paisaje desde el horizonte hasta mis pies. El caos se apacigua y mientras las miradas recelosas que miran a las alturas cierran sus paraguas, del aire se apodera un intenso aroma a tierra mojada y hojarasca humedecida que es fiel reflejo de la alfombra de ocres y pardos que cubre el boulevard anunciando con todos los sentidos que el otoño acaba de hacer su entrada magistral.

No es de extrañar que en los corazones de los viandantes se creen sentimientos de melancolía al ver como paulatinamente se desdibuja otro año entre ocres, grises y bronces.

martes, 12 de octubre de 2010

El Gato de Schrodinger

Mico (Gato de Antonio Narváez)
             Para aquellos que no conozcan de que va la “historia”, en este caso paradoja, se trata de un experimento imaginario que se basa en una de las hipótesis de la mecánica cuántica. El experimento en sí consiste en introducir en una caja opaca un gato, una botella con gas venenoso y un dispositivo con un átomo radiactivo en su interior. El átomo tiene una probabilidad de desintegrarse del 50%, y si lo hace se activa el dispositivo, rompe la botella y el gas mata al gato. Según este planteamiento el sistema establecido tiene un comportamiento como una función de onda, de modo que hasta no abrir la caja en su interior pueden ocurrir dos cosas, la muerte del gato o que siga vivo. 
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             Siguiendo esta idea entramos en la posibilidad de los universos paralelos donde al existir las dos posibilidades sin poder discernir cual ha ocurrido, se crearían dos universos al abrir la caja, uno en el que el gato está vivo y otro en el que ha muerto.
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Más de uno se estará preguntando a donde quiero llegar con todo esto... Pues al mundo de las decisiones, las elecciones, el sí y el no, el blanco y negro, a o b. Imaginad por un momento que cada pequeña decisión que tomamos a lo largo del día, condicionara la vida que vamos a tener, en la que solamente tu “YO” presente y consciente es conocedor de lo que acontece, y habría miles de otros “Yo” que seguirían una vida independiente y de los cuales tu no tendrías saber de su existencia. 
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             Pero basta con que esta posibilidad se plantee en decisiones más trascendentales, como las reflexiones que abordan mi mente en ocasiones, momentos de mi vida en los que se podría haber cambiado todo, y que se formulan en mi pensamiento con la pregunta “¿Qué habría pasado si…?” o con la frase “Y si hubiera…”. De este modo podría decir qué habría pasado si en lugar de estudiar en Archidona, lo hubiese hecho en Antequera, o si en lugar de hacer la carrera en Málaga, la hubiese hecho en Granada, o haber hecho Fisioterapia en vez de Medicina. De igual manera otros recuerdos me asaltan como la última crisis asmática y broncoespasmo con 12 años o aquella vez que nos salimos de la carretera con el coche con apenas 18, quizá en estos a y b no dependen de ti. En esos instantes sí que te puede cambiar la vida.
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             Otras veces el rumbo de la historia puede establecerse en cuestión de una fracción de segundo, como la trepidante vuelta de Praga, en la que casi perdemos el avión, casi perdemos el metro y casi perdemos el autobús de vuelta desde Madrid… tal vez un solo semáforo en rojo de más, un despiste de puerta de embarque, un tropezón con una maleta, más gente de la cuenta en las escaleras mecánicas, etc… habría sido más que suficiente para que el viaje hubiera terminado con un cabreo importante y un desembolso monetario doloroso. Menos mal que no fue así.
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             Y si en algún momento de nuestra historia nos hubiésemos equivocado de un modo vital para el curso de nuestro destino, sin entender a este como algo determinista sino más bien como un camino ancho del que parten y abocan múltiples callejuelas y por las que vamos caminando en nuestra existencia… si hubiéramos errado y no pudiéramos volver a nuestro curso. Habitualmente hay múltiples elementos sobre los que decidimos casi sin pensar porque son banales, triviales, sin importancia… pero la inercia de este hecho no nos debería volver irreflexivos para evitar la misma ligereza en cuestiones que podrían marcar los días que nos quedan. Pensar, decir, actuar.


viernes, 1 de octubre de 2010

Desconexión


Desconexión.

             Un desvanecimiento… el cuerpo se desploma y cae como un gran tronco en medio de un bosque en tala. Cae irremediablemente atraído por la ley de la gravedad y cae sin sentido, sin dirección, sin poder coordinar su ubicación respecto a lo que le rodea. Es un peso muerto, tosco, absurdo, solamente masa imposible de frenar. Esa mente que por algún motivo pierde por un instante el riego suficiente como para atarla a este mundo guarda aún un último flujo, para poder ver como a cámara lenta pierde el control sobre sí y se envuelve en una tiniebla oscura para finalmente golpear contra el suelo.

             El golpe es seco, sordo y con cierto rebote hasta que se para por completo. Silencio en el interior. Gritos en el exterior inaudibles por el caído. Sensación de terror y pánico ante una escena que se escapa a la capacidad de reacción de la gente de a pie. No responde. Llamada al servicio de urgencias que a su llegada se encuentra al paciente despierto y consciente, pero desorientado, no reconoce a quien tiene alrededor, se niega a moverse y que lo trasladen al hospital. Despierto pero fuera de sí. Se ven obligados a llamar a la policía para su traslado.

             Llega al hospital, sereno, no parece violentarse por la situación. Presenta una contusión frontal importante, pero está perfectamente alerta. Lo desposan y me lo llevo a consulta en camilla.

             Una mirada limpia, azul y penetrante clava sus pupilas firmemente y con expectación sobre mis ojos. Comienzo la anamnesis y en seguida me percato de que algo no está bien. No puedo ni recoger los antecedentes personales porque solo me responde con “si” y movimientos de cabeza. Me voy a la información del ordenador donde se recogen ciertos antecedentes mentales, pero esto era algo más. Paso directamente a la exploración neurológica y de lo único que puedo estar seguro es que está consciente y orientado en persona. Solo asiente, mueve la cabeza o dice “si”. En su expresión veo frustración porque el mismo se da cuenta de que algo no va bien. Le hago preguntas sencillas pero pese a parecer intentar encarecidamente buscar palabras no sale nada de su boca, salvo resoplos y movimientos de cabeza. Creo entender que ha desarrollado algún tipo de afasia y le pido un TAC de cráneo.

             Previo al informe por el radiólogo, con la técnica ya realizada me aventuro a ver si descubro en la imagen el origen de la lesión, y efectivamente, además de la evidente contusión en el frontal con una hemorragia subgaleal (o lo que es lo mismo para los profanos un chichón grande), conforme bajo los cortes del TAC se empieza a vislumbrar un aumento de densidad, una borrosidad blanquecina que dibuja el cráneo en su interior correspondiente a una hemorragia subdural importante, con un edema franco que elimina los espacios entre surcos y circunvoluciones, y que origina un desplazamiento de la línea media del cerebro de 8mm. El paciente pasa a observación donde se valora por Neurocirugía.

             Hasta qué punto se ha podido alterar esta red neuronal, quizá para siempre… sin reconocer a quienes le rodean, siendo incapaz de expresar un pensamiento que ya estaba trastornado en origen y que ahora es preso en una cárcel de hueso. Tal vez lo mejor que le hubiera pasado es haber encontrado al final del mundo desconectado.

lunes, 30 de agosto de 2010

Miradas

     Desde hace tiempo siento fascinación por los ojos de las personas. Creo que es cierto eso que dicen de que son el espejo del alma, quizá no en un sentido literal, por supuesto, pero si en la idea de representar una ventana de su subconsciente al exterior.

     En los inicios de la fotografía algunas culturas y tribus no se dejaban fotografiar pues pensaban que al plasmarse y ver su imagen fuera de su cuerpo sus almas quedaban presas de alguna manera.

Extraído de Almaotaku
     Con este mismo concepto existieron a finales del s. XIX y principios del XX fotógrafos que se dedicaban a retratar el último instante de vida de aquellos que ya recibieron la extrema unción, que exhalaban los últimos hálitos de su existencia, para así capturar su alma, y más aún fotografías postmorten en las que se hacía posar al recién finado en actitudes familiares para así tener un último recuerdo.

     También se creía en la idea de que en la retina se quedaba fijada la última escena que ve una persona antes de morir, hipótesis propuesta en 1865 por el Dr. Bourion de la Sociedad Médico-Legal de Francia, pero se sabe hoy en día que no es posible rescatar ningún tipo de imagen, primero porque esta se forma en las áreas visuales del lóbulo occipital y segundo porque tras la muerte desaparece la actividad cerebral.

     Pero dejando a un lado esta visión supersticiosa y morbosa me gustaría pasar a una parte más amable. Los ojos son la forma anatómica, ese globo ocular ligeramente achatado y abombado en la córnea relleno de un mar de humores a través de los cuales se filtra la luz hasta nuestra retina para ingresar en la mente más del 80% de la información que recibiremos en la vida.

     Más allá del plano físico y centrándome en el aspecto que más me interesa aludo al que es objeto de esta entrada, las miradas. Es la expresión inmaterial de los ojos, la reflexión externa del mundo interno, manifiesta nuestro estado físico, el estado de ánimo, nos delatan cuando mentimos, cuando no estamos interesados en algo, es la voz más fuerte de nuestro lenguaje no verbal. Hay miradas que matan, miradas tiernas, miradas melancólicas, miradas perdidas… Hay miradas al infinito, miradas de enamorados, miradas esquivas y fugaces, miradas tímidas. Hay ‘por una mirada un mundo’, miradas críticas, miradas vidriosas, febriles y delirantes, miradas obscenas.

     Y hay una mirada, esa mirada que se encuentra con la tuya en un momento determinado, realizando una sinapsis a través de la nada, y que te ahonda hasta lo más profundo de tu cerebro, que crea miles de estímulos que se suceden incesantes como las chispas del arco voltaico de unos coches de choque desde tu corteza cerebral hasta tu sistema límbico y el asta de Amón. Se te acelera el pulso, notas cierta taquicardia con algún pálpito y tus pupilas se estrechan para que solo te entre la luz desde esa persona y obviar el resto del mundo. Y esa mirada te persigue cuando cierras los ojos y te acompaña en las noches de insomnio y en las de plácidos sueños. Y en esa mirada sueñas despierto quererte perder cada vez que la encuentras y tenerla tan cerca que veas reflejada tu propia mirada. Cuando esto sucede un pequeño milagro sacude tu realidad y te lanza a otra dimensión en la que eres la mejor parte de ti mismo.

     Hasta que nos volvamos a ver.