Desde que nacemos nuestra piel es un lienzo que va plasmando la historia de nuestras vidas, nuestros hitos, nuestras heridas, nuestros sufrimientos. Incluso antes de nacer ya hay cicatrices que marcan a las personas que nos rodean. Quizá la primera que se me ocurre sea la episiotomía que tienen que realizar a algunas embarazadas durante el parto por vía vaginal cuando no es suficiente la dilatación alcanzada para poder salir el feto, o en caso de que no haya progresión de parto la laparotomía realizada durante la cesárea, que antiguamente eran grandes cicatrices longitudinales y en la actualidad la tendencia predominante es la suprapúbica en horizontal.
Y aquí empieza la primera experiencia traumática de nuestras vidas, que gracias a Dios no recordamos. Ese momento en el que el confort del medio amniótico, cálido y relajante, antigravitacional y aislado de las perturbaciones externas se convierte en un ambiente hostil, frío, cegadoramente luminoso, ajetreado y tumultuoso. Un helado acero cizalla tu vínculo de unión materno y quedas prendido de las manos de un desconocido ante el que obligatoriamente si no lloras como un descosido por tu propia cuenta, una mano con intención “amable” y colgando bocabajo te da tu primer cachete y entonces si que lloras.
Pero no queda ahí la cosa te llevan bajo un foco y te limpian, eso si con mimo, y con el mismo mimo te sondan y desobstruyen tus orificios, otra experiencia para no recordar. Todo eso pasa y pronto te dejan más o menos tranquilo, con una pinza enganchada sobre tu abdomen en manos de tu madre, que también llora, esta vez de alegría. Es entonces donde empieza la historia de nuestra piel y una característica que nos une a todos por igual, la primera cicatriz, nuestro ombligo.
El ombligo, esa oquedad más o menos profunda con forma redonda u ovalada, alguna vez con caprichosos plieguecillos en su fondo donde la mayoría de las personas a lo largo del día van creando un cúmulo de pelusilla en función del tipo de prenda que te pongas, ha tenido a lo largo de la historia implicaciones teológicas, culturales, lingüísticas y eróticas. Se ha debatido en múltiples foros el hecho de que en las representaciones pictóricas y esculturales de Adán y Eva estos posean ombligo, como tal no deberían tenerlo pues proceden de las manos de Dios, y si ellos fueron hechos a su imagen y semejanza, sacaríamos como conclusión que Dios no tiene ombligo. Desde los usos y costumbres, algunas culturas medievales ubicaban una bolita pesada que vendaban tras el nacimiento para obtener ombligos profundos y redondeados, estéticamente más bellos. De todos nos es conocido en nuestro refranero español las expresiones de “creerse el ombligo del mundo” o “mirarse el ombligo” que hacen referencia a lo egocéntrico que puede ser el ser humano. Y tampoco olvidar las connotaciones erógenas y eróticas asociadas a tan singular punto en nuestro cuerpo y que desde hace unos años tan pródigamente se ve adornado por piercings.
Con los años vamos creciendo y el cuero de nuestra existencia va acumulando en sus pliegues los recuerdos fibrinosos de travesuras y accidentes, como aquella vez que corrías jugando al pilla-pilla de pequeño y te caíste de rodillas clavándote un chino o en una ficticia guerrilla de trincheras alguien tiró una piedra en lugar de un chino a la que siguieron 4 puntos de sutura en el occipucio.
Muchos otros tienen marcada en su espalda o bien en la cara externa del antebrazo una pequeña cicatriz circular y algo deprimida que es seña de las vacunaciones que se llevaron a cabo hace más de 30 años con el bacilo tuberculoso de Calvin-Gaulle. Y siguiendo el curso de la medicina hay otras muchas cicatrices importantes que marcan puntos de inflexión en el devenir de nuestros días, y que forman parte de historiales médicos y quirúrgicos, de horas de quirófano, anestesias generales y salas de espera, que acaban con los sufijos de -ectomía, o las correspondientes a quemaduras, heridas, lesiones, fracturas, suturas en muchas ocasiones de ellas... y algunas anfractuosas como las secundarias a arma de fuego característicamente estrelladas.
Pero no todas las cicatrices son visibles. A veces aparecen en órganos en los que no dejan marca pese a marcarlos de por vida, pueden causar intenso dolor incluso cuando hace tiempo que se provocaron, y estar presentes más aún de lo que otros puedan ver. Éstas son pesares e infortunios, reveses de la vida, decepciones de personas a quienes tenías gran estima y que te fallan estrepitosamente pareciendo como si no los conocieras de nada… Son traiciones, mentiras, excusas; son preguntas para las que no hay respuestas, y contestaciones que no merecen una pregunta. Para estas cicatrices, solo el tiempo y la gente que siempre ha estado a tu lado dan cura, y si dejas abierto aún tu corazón te sorprenderás que sigue habiendo personas maravillosas que conocer y dejar que te conozcan.