lunes, 30 de agosto de 2010

Miradas

     Desde hace tiempo siento fascinación por los ojos de las personas. Creo que es cierto eso que dicen de que son el espejo del alma, quizá no en un sentido literal, por supuesto, pero si en la idea de representar una ventana de su subconsciente al exterior.

     En los inicios de la fotografía algunas culturas y tribus no se dejaban fotografiar pues pensaban que al plasmarse y ver su imagen fuera de su cuerpo sus almas quedaban presas de alguna manera.

Extraído de Almaotaku
     Con este mismo concepto existieron a finales del s. XIX y principios del XX fotógrafos que se dedicaban a retratar el último instante de vida de aquellos que ya recibieron la extrema unción, que exhalaban los últimos hálitos de su existencia, para así capturar su alma, y más aún fotografías postmorten en las que se hacía posar al recién finado en actitudes familiares para así tener un último recuerdo.

     También se creía en la idea de que en la retina se quedaba fijada la última escena que ve una persona antes de morir, hipótesis propuesta en 1865 por el Dr. Bourion de la Sociedad Médico-Legal de Francia, pero se sabe hoy en día que no es posible rescatar ningún tipo de imagen, primero porque esta se forma en las áreas visuales del lóbulo occipital y segundo porque tras la muerte desaparece la actividad cerebral.

     Pero dejando a un lado esta visión supersticiosa y morbosa me gustaría pasar a una parte más amable. Los ojos son la forma anatómica, ese globo ocular ligeramente achatado y abombado en la córnea relleno de un mar de humores a través de los cuales se filtra la luz hasta nuestra retina para ingresar en la mente más del 80% de la información que recibiremos en la vida.

     Más allá del plano físico y centrándome en el aspecto que más me interesa aludo al que es objeto de esta entrada, las miradas. Es la expresión inmaterial de los ojos, la reflexión externa del mundo interno, manifiesta nuestro estado físico, el estado de ánimo, nos delatan cuando mentimos, cuando no estamos interesados en algo, es la voz más fuerte de nuestro lenguaje no verbal. Hay miradas que matan, miradas tiernas, miradas melancólicas, miradas perdidas… Hay miradas al infinito, miradas de enamorados, miradas esquivas y fugaces, miradas tímidas. Hay ‘por una mirada un mundo’, miradas críticas, miradas vidriosas, febriles y delirantes, miradas obscenas.

     Y hay una mirada, esa mirada que se encuentra con la tuya en un momento determinado, realizando una sinapsis a través de la nada, y que te ahonda hasta lo más profundo de tu cerebro, que crea miles de estímulos que se suceden incesantes como las chispas del arco voltaico de unos coches de choque desde tu corteza cerebral hasta tu sistema límbico y el asta de Amón. Se te acelera el pulso, notas cierta taquicardia con algún pálpito y tus pupilas se estrechan para que solo te entre la luz desde esa persona y obviar el resto del mundo. Y esa mirada te persigue cuando cierras los ojos y te acompaña en las noches de insomnio y en las de plácidos sueños. Y en esa mirada sueñas despierto quererte perder cada vez que la encuentras y tenerla tan cerca que veas reflejada tu propia mirada. Cuando esto sucede un pequeño milagro sacude tu realidad y te lanza a otra dimensión en la que eres la mejor parte de ti mismo.

     Hasta que nos volvamos a ver.