lunes, 31 de octubre de 2011

Cicatrices


 
Desde que nacemos nuestra piel es un lienzo que va plasmando la historia de nuestras vidas, nuestros hitos, nuestras heridas, nuestros sufrimientos. Incluso antes de nacer ya hay cicatrices que marcan a las personas que nos rodean. Quizá la primera que se me ocurre sea la episiotomía que tienen que realizar a algunas embarazadas durante el parto por vía vaginal cuando no es suficiente la dilatación alcanzada para poder salir el feto, o en caso de que no haya progresión de parto la laparotomía realizada durante la cesárea, que antiguamente eran grandes cicatrices longitudinales y en la actualidad la tendencia predominante es la suprapúbica en horizontal.

Y aquí empieza la primera experiencia traumática de nuestras vidas, que gracias a Dios no recordamos. Ese momento en el que el confort del medio amniótico, cálido y relajante, antigravitacional y aislado de las perturbaciones externas se convierte en un ambiente hostil, frío, cegadoramente luminoso, ajetreado y tumultuoso. Un helado acero cizalla tu vínculo de unión materno y quedas prendido de las manos de un desconocido ante el que obligatoriamente si no lloras como un descosido por tu propia cuenta, una mano con intención “amable” y colgando bocabajo te da tu primer cachete y entonces si que lloras. 

Pero no queda ahí la cosa te llevan bajo un foco y te limpian, eso si con mimo, y con el mismo mimo te sondan y desobstruyen tus orificios, otra experiencia para no recordar. Todo eso pasa y pronto te dejan más o menos tranquilo, con una pinza enganchada sobre tu abdomen en manos de tu madre, que también llora, esta vez de alegría. Es entonces donde empieza la historia de nuestra piel y una característica que nos une a todos por igual, la primera cicatriz, nuestro ombligo.
El ombligo, esa oquedad más o menos profunda con forma redonda u ovalada, alguna vez con caprichosos plieguecillos en su fondo donde la mayoría de las personas a lo largo del día van creando un cúmulo de pelusilla en función del tipo de prenda que te pongas, ha tenido a lo largo de la historia implicaciones teológicas, culturales, lingüísticas y eróticas. Se ha debatido en múltiples foros el hecho de que en las representaciones pictóricas y esculturales de Adán y Eva estos posean ombligo, como tal no deberían tenerlo pues proceden de las manos de Dios, y si ellos fueron hechos a su imagen y semejanza, sacaríamos como conclusión que Dios no tiene ombligo. Desde los usos y costumbres, algunas culturas medievales ubicaban una bolita pesada que vendaban tras el nacimiento para obtener ombligos profundos y redondeados, estéticamente más bellos. De todos nos es conocido en nuestro refranero español las expresiones de “creerse el ombligo del mundo” o “mirarse el ombligo” que hacen referencia a lo egocéntrico que puede ser el ser humano. Y tampoco olvidar las connotaciones erógenas y eróticas asociadas a tan singular punto en nuestro cuerpo y que desde hace unos años tan pródigamente se ve adornado por piercings.

Con los años vamos creciendo y el cuero de nuestra existencia va acumulando en sus pliegues los recuerdos fibrinosos de travesuras y accidentes, como aquella vez que corrías jugando al pilla-pilla de pequeño y te caíste de rodillas clavándote un chino o en una ficticia guerrilla de trincheras alguien tiró una piedra en lugar de un chino a la que siguieron 4 puntos de sutura en el occipucio.

Muchos otros tienen marcada en su espalda o bien en la cara externa del antebrazo una pequeña cicatriz circular y algo deprimida que es seña de las vacunaciones que se llevaron a cabo hace más de 30 años con el bacilo tuberculoso de Calvin-Gaulle. Y siguiendo el curso de la medicina hay otras muchas cicatrices importantes que marcan puntos de inflexión en el devenir de nuestros días, y que forman parte de historiales médicos y quirúrgicos, de horas de quirófano, anestesias generales y salas de espera, que acaban con los sufijos de -ectomía, o las correspondientes a quemaduras, heridas, lesiones, fracturas, suturas en muchas ocasiones de ellas... y algunas anfractuosas como las secundarias a arma de fuego característicamente estrelladas.

Pero no todas las cicatrices son visibles. A veces aparecen en órganos en los que no dejan marca pese a marcarlos de por vida, pueden causar intenso dolor incluso cuando hace tiempo que se provocaron, y estar presentes más aún de lo que otros puedan ver. Éstas son pesares e infortunios, reveses de la vida, decepciones de personas a quienes tenías gran estima y que te fallan estrepitosamente pareciendo como si no los conocieras de nada… Son traiciones, mentiras, excusas; son preguntas para las que no hay respuestas, y contestaciones que no merecen una pregunta. Para estas cicatrices, solo el tiempo y la gente que siempre ha estado a tu lado dan cura, y si dejas abierto aún tu corazón te sorprenderás que sigue habiendo personas maravillosas que conocer y dejar que te conozcan.

miércoles, 13 de julio de 2011

La Soledad


Creo que todos en algún momento de nuestra vida experimentamos este sentimiento, pero hay diferentes estados de la misma y cada uno de nosotros podemos vivirla de manera distinta según el contexto en que se desarrolle.

Hay momentos en los que la actividad de la vida diaria, el ajetreo constante de quehaceres, la presión del trabajo o los sitios tumultuosos pueden generarnos un estrés que nos reclame a gritos el buscar un espacio de tranquilidad para nosotros solos, apartados de esta conglomeración de eventos ya sea en la comodidad de nuestro hogar leyendo un buen libro, escuchando música o dando un relajante paseo para así dejar que nuestra mente diluya los efectos nocivos de los tiempos en que vivimos.

Esta soledad buscada, equivalente de tranquilidad y sosiego, de espacio para reflexionar y organizar nuestras ideas tiene un trasfondo positivo y beneficioso.
Otra visión de la soledad puede ser aquella que sienten las personas mayores cuando ven que el tiempo actual en el que viven ahora, dista mucho del concepto en el que se criaron viendo como las personas que les han rodeado van desapareciendo. Muchas veces incomprendidos y otras demenciados pueden guiarles poco a poco a una tristeza prolongada y complicarse en una depresión que mella ese entrañable espíritu al que tantas veces hemos recurrido en busca de cariño. Quizá esta pueda ser con bastante frecuencia una soledad fisiológica en mayor o menor medida, que acompañe inexorablemente el curso de nuestros últimos años de vida.

Pero tal vez no sea tan terrible como la que puede acontecer en la edad media de las personas cuando esta soledad es sinónimo de vacío y carencia del sentido de la vida al que se puede llegar por muchas vías. A veces puede venir desarrollada por una personalidad introvertida avocada a ello en quien tal vez sea tan inherente a su condición que la tolere sin llegar a ser patológica.

Otras veces se puede dar en alguien que lleva una vida más o menos feliz y cómoda, con sus sueños cumplidos o en buena línea de serlo, proyectos e ilusiones en marcha… en quien un suceso adverso pude desmoronar su mundo y sumirlo en un pozo tan oscuro y profundo que el silencio te permite escuchar los latidos agónicos de tu corazón que clama por consuelo. Tu pensamiento se torna tormentoso, críptico, simbólico, abstracto y desde lo más recóndito de tu mente surgen las garras de demonios que rasgan el fino tejido de la cordura.



Quien a su alma abandona y da por perdida la esperanza, solo otra alma luminosa puede guiarle y devolverle al camino. Si no es así, la luz de sus ojos se apagará y quedará con la mirada desvanecida en el infinito.

sábado, 19 de febrero de 2011

La Realidad





             Hará unas semanas que a la salida de un día de guardia ya de camino a casa, me asaltó a la mente una idea filosófica antiquísima que ha retumbado en las reflexiones de los grandes pensadores de la historia… ¿qué es la realidad?

 Quizá la primera manera que se nos puede ocurrir para definirla sea “todo lo que nos rodea, todo lo que existe”. Pensando de manera objetiva la realidad sería todo lo material, lo físico, lo tangible e intangible, cada partícula subatómica, átomo, molécula y energía presente en los 93.000 millones de años luz de extensión de este inmenso universo. Sería pensar en cada fracción inerte o con vida que esté en el espacio, pero también en el inconmensurable vacío existente en él. Sería todo lo que transcurrió en el pasado y lo que está pasando en el presente segundo a segundo. Sería cada reacción química, cada impulso eléctrico, cada pensamiento originado.

Desde el punto de vista subjetivo, la realidad se deforma por el simple hecho de ser observada por uno mismo, de modo y manera que cada individuo percibe una realidad distinta y limitada de su alrededor, existiendo una infinidad de ellas que en conjunto integrarían una parcela de la realidad global. Por este concepto en sí, se pone en cuestión todo cuanto conocemos o creemos conocer, porque en cualquier caso no dejaría de ser una imagen perceptiva que se origina en nuestra mente. Para intentar comprender esto último hago referencia al mundo onírico, donde hay sueños tan vívidos que parecen de verdad, y prueba de ello podría ser un sueño muy común en la sociedad que es la impresión de caer, o de tropezar en un sueño, que suele acompañarse de algún movimiento brusco de piernas y un pseudo-despertar. 

En el séptimo arte hay múltiples referencias en las cuales se puede apreciar esta idea desde los clásicos como “El Mago de Oz” de 1939, como las más modernas “Origen” de 2010, y otras que sin tener una relación tan directa con los sueños como estas, cuestionan la realidad en la que vivimos desde un punto futurista casi apocalíptico como el desarrollado en la trilogía de Matrix de los hermanos Wachowski.

Si seguimos ahondando en la individualidad de cada persona podemos encontrarnos con realidades tan lejanas y abstractas que son parte de los tratados de psiquiatría. Cuando se pierde la conexión con lo real y nuestra propia mente genera sus percepciones, nos adentramos en el campo de las ilusiones si tienen algún sustrato real desde el que se originan o bien de las alucinaciones cuando simplemente las crea la mente. 

Mucha gente experimenta en los entresueños cercanos al sueño profundo fenómenos en los que aparentemente ven, escuchan o viven experiencias como reales, indiferenciables de la realidad, así como situaciones en las que se ven paralizados y creen que les somete alguna fuerza sobrenatural. No es otra cosa que las denominadas alucinaciones hipnogógicas, y no son patológicas por si te lo estás preguntando, forman parte del proceso de inducción al sueño entre las fases III y IV, donde se produce un cambio en las ondas cerebrales que abole el control de la musculatura estriada. Pero siguiendo con la patología si estas alucinaciones se convierten en algo continuo nos pueden llevar hacia enfermedades graves como la esquizofrenia.

Quién sabe lo frágil que puede ser este hilo que nos ata los pies al mundo, quién puede vaticinar que en un futuro más o menos lejano no suframos algún hecho traumático que sea la rotura de esta conexión a la cordura y desgarre la tela que hoy nos envuelve como nuestra realidad.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Otoño

Otoño

Las horas de luz llevan acortándose semanas y son día a día cada vez menos los rayos de sol que nos calientan. Caen paulatinamente las temperaturas y una brisa de aire fresco te golpea por las mañanas la cara y te sube por las mangas de la camisa que bajas y abotonas en sus puños. Si el sol te da de espaldas notas una reconfortante calidez que templa tus vellos antes erizados por un escalofrío. 

Paseando fijas tu mirada en los árboles que tornan sus copas a bronces y oros mecidas por los vientos del norte, que atraviesan a ráfagas entre las hojas temblorosas intentando asirse aún de un modo desesperado a su fuente de vida. Ves como una de esas hojas es arrancada y volada en una corriente que la eleva, gira y parece flotar en el aire como en un último suspiro hasta que es sumergida en un vórtice que la arroja ferozmente contra el suelo donde es arrastrada hasta un rincón recóndito cerca de una alcantarilla.

En los cielos se agrupan a distintas alturas nubes de blancos y grises, y en la lejanía se vislumbra una oscuridad opaca. Un destello zigzaguea atravesando veloz la bóveda etérea y ciega los ojos que lo miran. Un silencio se extiende como una onda expansiva abrazando la ciudad, haciendo enmudecer el gorjeo incesante de los gorriones. Pronto rompe un estruendoso atronador ruido que quiebra la atención de las personas en la calle y estremeciéndolas ven como una bandada de pájaros sale despavorida para introducirse entre los árboles.

 Se resquebraja el firmamento en un aguacero que hace de las calles ríos de agua y gente, que bulliciosa se apresura a resguardarse bajo algún vuelo de tejado con los hombros encogidos y la cabeza hundida. Los pasos chapotean acelerados y salpican a su alrededor creando fuentes en miniatura a ras del suelo y los coches pasan veloces batiendo el agua sobre sus cristales y lanzando tsunamis sobre las aceras. 

Poco a poco cesa la atmósfera neblinosa que empaña los ojos de los edificios y tímidos rayos de luz se filtran entre las nubes acariciando el paisaje desde el horizonte hasta mis pies. El caos se apacigua y mientras las miradas recelosas que miran a las alturas cierran sus paraguas, del aire se apodera un intenso aroma a tierra mojada y hojarasca humedecida que es fiel reflejo de la alfombra de ocres y pardos que cubre el boulevard anunciando con todos los sentidos que el otoño acaba de hacer su entrada magistral.

No es de extrañar que en los corazones de los viandantes se creen sentimientos de melancolía al ver como paulatinamente se desdibuja otro año entre ocres, grises y bronces.