Creo que todos en algún momento de nuestra vida experimentamos este sentimiento, pero hay diferentes estados de la misma y cada uno de nosotros podemos vivirla de manera distinta según el contexto en que se desarrolle.
Hay momentos en los que la actividad de la vida diaria, el ajetreo constante de quehaceres, la presión del trabajo o los sitios tumultuosos pueden generarnos un estrés que nos reclame a gritos el buscar un espacio de tranquilidad para nosotros solos, apartados de esta conglomeración de eventos ya sea en la comodidad de nuestro hogar leyendo un buen libro, escuchando música o dando un relajante paseo para así dejar que nuestra mente diluya los efectos nocivos de los tiempos en que vivimos.
Esta soledad buscada, equivalente de tranquilidad y sosiego, de espacio para reflexionar y organizar nuestras ideas tiene un trasfondo positivo y beneficioso.
Otra visión de la soledad puede ser aquella que sienten las personas mayores cuando ven que el tiempo actual en el que viven ahora, dista mucho del concepto en el que se criaron viendo como las personas que les han rodeado van desapareciendo. Muchas veces incomprendidos y otras demenciados pueden guiarles poco a poco a una tristeza prolongada y complicarse en una depresión que mella ese entrañable espíritu al que tantas veces hemos recurrido en busca de cariño. Quizá esta pueda ser con bastante frecuencia una soledad fisiológica en mayor o menor medida, que acompañe inexorablemente el curso de nuestros últimos años de vida.
Pero tal vez no sea tan terrible como la que puede acontecer en la edad media de las personas cuando esta soledad es sinónimo de vacío y carencia del sentido de la vida al que se puede llegar por muchas vías. A veces puede venir desarrollada por una personalidad introvertida avocada a ello en quien tal vez sea tan inherente a su condición que la tolere sin llegar a ser patológica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario